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  • Foto del escritorZelda Zonk

El voyerista. Parte II

Actualizado: 1 mar 2021

Un “toc toc” violento nos despertó, ya estaba por amanecer.


-Abre, chucha. Necesitamos hablar!!


La Male, del otro lado, acariciaba la madera, se laceraba la frente y se hería sus propias piernas con las uñas. Ella no se lo podía perdonar, y no esperaba que nadie más lo hiciera, siempre le parecieron lejanos e imposibles aquellos relatos donde sus compañeras de oficio se encontraban con clientes en la calle o con familiares en el cuarto, la suerte estuvo de su lado todo el tiempo. Bueno, en verdad no…


Su padre un ebrio empedernido la convirtió en “el hombre de la casa” ella tuvo que cuidar de su hermano menor desde que su madre los abandonó harta de la mala vida, trabajó desde los 15 años de mesera, impulsadora, masajista (sin sexo), vendedora, recepcionista, secretaria. En tres años su falta de preparación académica la había llevado a sentar su bonito trasero en varias sillas laborales, pero su destreza con los hombres no la dejaban morir de hambre, sabía lo que querían y lo había aprendido desde muy pequeña. Luego, dar el paso a negociarlo de forma inmediata y directa fue muy fácil.


La Male perdió la virginidad con un amigo de su padre, “perdió” no es el término correcto entiende ahora, se la habían arrebatado…


Abrió la puerta para recibir el cuerpo intoxicado, no era la primera vez pero anhelaba que fuera la última, guardaba con remordimiento la expectativa de que se termine el vómito del suelo, el olor a orines del baño, la esclavitud de las tareas que su madre ya no quiso cumplir. Secretamente cada vez que lo recibía en ese estado le acomodaba la cabeza entre las almohadas y esperaba que su ebriedad haga el resto.


Ese día, el compañero de copas en turno se ofreció a llevar el cuerpo a la alcoba, el aliento etílico encendió los deseos de muerte en la Male se encaramó de inmediato en la cama para acomodar a su padre, la vida la embistió como un rayo, nunca supo si la culpa fue de sus instintos parricidas, o el pijama rosado.


Terminó el colegio con una lista nutrida de amantes, los compañeros de aula eran el ensayo y los hombres en su vida laboral el examen. Los unos le catapultaron a la graduación y los otros le permitieron, mantener su casa, educar a su hermano y finalmente salir de su provincia para instalarse en un lindo departamento y continuar sus estudios.


A un hombre en especial le debía todo lo que había llegado a ser, el Dr. Ponce. Marco Ponce era el nombre de su compañerito de aula, un joven pequeño y escuálido, aunque muy entregado a los estudios, él le hacía los deberes y ella se dejaba acariciar todos los recreos. Siempre fue un juego dejarlo hurgar bajo su falda o cegarlo con el contenido que escondía su camisa blanca.


Después de un año de caricias a Marco ya no le parecieron suficientes los roces con su miembro erecto sobre las piernas de la Male. Ni sus manos temblorosas e inmóviles sujetando esos pechos. Él quería ir en serio y hacerle a la Male todo lo que sus amigos le contaban se podía hacer con una mujer, estaba enamorado y aprovechando la ausencia de sus padres decidió dejar las baldosas y las hierbas para hacerle el amor en una cama como el hombre que quería llegar a ser.


Con los nervios a flor de piel le abrió la puerta de su casa y le enseñó orgulloso todas las medallas ganadas en los campeonatos de fútbol, el diploma que le otorgaba el primer puesto del libro leído y el micrófono símbolo de su destreza escribiendo crónicas en el club de periodismo. A la Male nunca le interesaron demasiado los estudios, estaba ocupada sobreviviendo en el mundo adulto, pero le podía enseñar sobre el placer orgullosa también.


Se fue desnudando lentamente ante la mirada atónita de aquel que no tuvo cuidado con lo que deseaba, desabotonó su blusa mientras su caderas se movían despacio, cerraba los ojos y dejaba que su cabello le acaricie la cintura, se dio la vuelta y levantó con picardía su falda, la ajustó por delante revelando sus curvas y paseó sus manos por sus nalgas, para luego dejarla caer, su interior de corazoncitos combinaba perfecto con su sonrisa infantil y sus pechos promesa.


Le regaló la cercanía de sus labios a ver si Marco hacía su jugada, él recibió el beso mientras en su mente luchaba por recordar todas las movidas sexuales que había escuchado, el calor del cuerpo cercano lo paralizó, mientras ella, bailaba desnuda y se movía como un ángel dominando por completo la situación, ese beso lo llevó a un orgasmo apresurado, tapó la salida de su semen con las manos para que Malena no se diera cuenta, pero ella podía sentir una eyaculación a kilómetros. Sin despegar su boca le dejó un suspiro y empezó a calcular la localización de sus prendas.


“toc toc” en la puerta de la habitación.


El Dr. Ponce dejó constancia de su presencia en la casa y tal vez en la escena.


“toc toc” que retumbaba en todo el departamento.


-Male ya déjalo entrar. ¿Abro?


Ella misma se incorporó y sin dejar de mirar al suelo giró la perilla, Como una turba entró el claustrofóbico del afuera que se recostó sobre el pecho de la Male como un lactante…




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